La historia de Estados Unidos está marcada por un legado de desigualdad y explotación que se refleja en su sistema de filantropía. Desde sus inicios coloniales, la nación ha estado construida sobre principios de individualismo destructivo y explotación capitalista, que han moldeado no solo su economía, sino también su tejido social. La filantropía, a menudo vista como una fuerza para el bien, no es ajena a estas dinámicas históricas.
El origen de la riqueza y su impacto en la filantropía
La industria filantrópica, que mueve miles de millones de dólares, no surgió de la nada. Su origen se encuentra en la acumulación de riqueza generada a través de prácticas extractivas que han perjudicado a comunidades afroamericanas, indígenas y de color. Esta riqueza, en muchos casos, proviene de la explotación laboral y de recursos naturales, y su redistribución a menudo perpetúa las mismas estructuras de poder que la crearon. Edgar Villanueva, fundador del Decolonizing Wealth Project, destaca que la forma en que se distribuye la riqueza refleja un legado de colonización que sigue vigente.
Desafiando las estructuras de poder en la donación
Villanueva argumenta que la mayoría de los donantes son personas blancas que, a menudo, ejercen un control desproporcionado sobre las comunidades a las que intentan ayudar. Este control se manifiesta en la forma en que se toman decisiones sobre quién recibe apoyo y cómo se utilizan los recursos. La falta de representación de personas de color en posiciones de liderazgo dentro de las organizaciones filantrópicas contribuye a la perpetuación de la desigualdad. En este contexto, es crucial que los donantes reconsideren sus prácticas y se pregunten: ¿quién está realmente tomando las decisiones?
La importancia de la auto-determinación en la filantropía
Para descolonizar la filantropía, es esencial que los donantes reconozcan la necesidad de permitir que las comunidades marginadas tengan voz en la distribución de recursos. Villanueva enfatiza que la sanación de las comunidades no puede ocurrir sin la participación activa de quienes han sido históricamente oprimidos. Esto implica un cambio de paradigma en la forma en que se concibe la filantropía, pasando de un modelo de caridad a uno que promueva la justicia social y la equidad.
En este sentido, los donantes deben ser más intencionales en sus decisiones, buscando organizaciones lideradas por personas de color y apoyando iniciativas que realmente reflejen las necesidades de las comunidades a las que sirven. La filantropía debe ser un vehículo para la reparación y la justicia, no solo una forma de aliviar la culpa de los privilegiados.